Mujeres y jóvenes lideran el cambio en la Sierra y Selva Alta limeña

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Mujeres y jóvenes lideran el cambio en la Sierra y Selva Alta limeña

Apoyar los pequeños agricultores del Perú a superar las dificultades ocasionadas por el cambio climático y los años de abandono.

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La pobreza rural en el Perú ha ido disminuyendo en el último decenio, pero sigue afectando al 42 % de los habitantes de las zonas rurales. No obstante, la resiliencia de los pequeños agricultores y el apoyo ofrecido por los proyectos de desarrollo están generando avances para la mejora de las condiciones de vida de la población rural del Perú. Con mucha frecuencia, las mujeres y los jóvenes se encuentran en primera línea en ese esfuerzo.

En la sierra que rodea a la ciudad de Lima conocen de sobra estas cuestiones. Langa es una pequeña población situada a unos 80 kilómetros de la capital peruana. Para llegar hasta ella hay que conducir durante tres horas por un camino de tierra que asciende serpenteando desde la costa hasta rozar los 3 000 metros de altitud sobre el nivel del mar. Las calles polvorientas contrastan sobremanera con el colorido de las avenidas de los barrios limeños más distinguidos.

“Las numerosas dificultades a las que nos enfrentamos aquí, sobre todo por la falta de agua, obligaban a la población a emigrar a Lima, pero las cosas están empezando a cambiar”, comenta Miguel Castro, alcalde de Langa.

El motivo de este cambio es el resultado del Proyecto de Fortalecimiento del Desarrollo Local en Áreas de la Sierra y la Selva Alta (PSSA), un programa financiado por el FIDA y ejecutado por el Ministerio de Agricultura y Riego del Perú (MINAGRI). Gracias a este proyecto, la comunidad ha podido construir pequeñas represas, establecer sistemas tecnificados de abastecimiento de agua y elaborar planes de inversión.

Yensi García volvió de Lima hace unos meses. Se había mudado a la capital en busca de un futuro que no veía posible en Langa, pero la oportunidad de formar parte de un proyecto de inversión lo convenció para regresar. Gracias al apoyo del proyecto Sierra y Selva Alta, Yensi y sus nueve compañeros de la Asociación Productiva Cerrito de San Bartolo han puesto en marcha una explotación de ganado de cuyes.

En los países occidentales, los "cuyes", que también reciben el nombre de cobayas o conejillos de Indias, son considerados mascotas adorables, pero en la región andina su carne se considera todo un manjar. Protegido por su sombrero serrano, Yensi explica lleno de orgullo sus planes de negocio e inversión, así como la manera en que gestionan los cuyes. Gracias al proyecto, los cuyes se han convertido en nuestro negocio principal”.

La experiencia de Yensi se parece a la de Jazmín Salsavilca. Esta madre de una criatura de cinco años emigró a Lima para trabajar como vendedora. Jazmín regresó cuando supo que los fondos procedentes del proyecto Sierra y Selva Alta les permitirían a ella y a otros miembros de la Asociación de Productores Pecuarios La Granja de Langa la puesta en marcha de una explotación de cuyes.

En los últimos meses han construido dos galpones en los que han llegado a criar 400 cuyes a partir de los 100 que compraron al principio. La explotación ganadera ya ha tenido efectos positivos en el hogar de Jazmín y en el de sus compañeros. “Nuestros ingresos se han incrementado un 15 % y ese dinero extra nos brinda la oportunidad de mejorar la educación de nuestros hijos”.

Gloria Hermoso es una de las directoras de Membrillo Santo, una pequeña empresa creada hace un par de años para producir membrillo en uno de los valles más fértiles de las inmediaciones de Antioquía, una pequeña localidad situada a unos 70 kilómetros de Lima.

Les iba bien, pero ahora les va mucho mejor porque el proyecto Sierra y Selva Alta ayudó a la compañía a implantar un sistema tecnificado de riego y ofreció formación destinada a mejorar las técnicas agrícolas.

“Todo ha cambiado”, comenta Gloria Hermoso. “Antes, solo podíamos regar una vez cada 45 días. Ahora, gracias a los depósitos y los nuevos sistemas de riego, prácticamente generamos cinco veces más dinero que antes”.

Cerca de Antioquía, en la pequeña población de Cochahuayco, Marina Sáenz recibe a los visitantes en un almacén diminuto pero pulcro que sirve de sede a la Agroindustria Santa Ana de Cochahuayco. Marina habla como una empresaria y es el alma de esta sociedad compuesta por 11 personas (seis mujeres y cinco hombres; y cuatro de los miembros menores de 26 años).

Con la financiación con cargo a los fondos del proyecto han podido adquirir maquinaria para producir néctar, bombones rellenos de fruta, vinagre, sidra, mermelada y otros productos que no hacen sino incrementar el valor de las frutas que cultivan.

Los socios sortean infinitos escollos todos los días. Pese a encontrarse a unos 70 kilómetros escasos de Lima, Cochahuayco adolece de una falta acuciante de servicios públicos, una deficiencia que afecta a la mayoría de las zonas rurales del Perú. La electricidad llegó hace tan solo un par de años y los cortes de luz son frecuentes. La señal telefónica tiene muy baja calidad y resulta imposible encontrar una conexión aceptable a Internet.

No obstante, la determinación no conoce obstáculos. “Se pueden hacer pedidos en nuestra página de Facebook”. Pero ¿no acaba de decir que en esta zona no es posible acceder a Internet? “Bueno, cuando alguien va a Lima, accede a la página y tomamos nota de los pedidos”, explica Sáenz.

¿Y el paso siguiente? “Exportar a Europa”.