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Promover comunidades resilientes en las zonas rurales de Guinea-Bissau

04 octubre 2019

©IFAD/Camila Caicedo

Hace más de un decenio, en la región de Tombali, el esposo de Amara Tudarame y jefe local buscaba alrededor de su aldea tierras adecuadas para cultivar anacardos. En aquel entonces, como ahora, el monocultivo de la nuez en forma de riñón dominaba el sector agrícola del país. La mayoría de los agricultores rurales de Guinea-Bissau tienen en el anacardo su principal fuente de ingresos y venden sus cosechas a cambio de arroz importado.

En cambio, lo que encontraron fueron tierras bajas inundadas: campos desbordados y abandonados, ideales para cultivar su propio arroz. En esas zonas, conocidas como tierras bajas, las agricultoras en pequeña escala son quienes suelen ocuparse del cultivo del arroz. “Sabíamos que podíamos cultivar arroz allí, pero no teníamos máquinas”, explica Amara. “Teníamos que hacer todo a mano, así que buena parte de la tierra no se utilizaba”.

Desde 2015, el Gobierno de Guinea-Bissau viene dando prioridad al aumento de la producción y el consumo de arroz en el país. En 2017, con la ayuda del Proyecto de Apoyo al Desarrollo Económico de las Regiones del Sur (PADES), impulsado por el FIDA, la comunidad emprendió una misión incansable para movilizar su mano de obra y sus recursos con el fin de rehabilitar la tierra para ese fin.

Movilizar a la comunidad de base

En este caso, un factor clave del éxito ha sido la ampliación de un modelo de comité de gestión, que se puso en práctica mediante un proyecto anterior del FIDA en la región. Tradicionalmente, los comités están compuestos por diez miembros que representan a hombres, mujeres y jóvenes de la comunidad. Los miembros son elegidos por una asamblea entre homólogos y su labor consiste en ocuparse de diversos aspectos de las intervenciones del proyecto. La gestión de todas las actividades en los arrozales está a cargo de los llamados comités de gestión de bolanha, ya que en el idioma criollo local bolanha significa arrozal.

El comité local, encabezado por Amara, participó en una campaña casa por casa para reclutar voluntarios y recoger aportaciones para apoyar el trabajo de rehabilitación. Se pidió a las familias que donaran un kilo de arroz y 100 francos que se utilizaron para comprar pescado y aceite. “Los hombres no se prodigan con los cultivos en las tierras bajas, pero nos ayudaron a preparar la tierra. Dos o tres veces por semana formábamos un grupo, recogíamos aportaciones de sol a sol y reuníamos voluntarios para cocinar para todas las personas que ayudaban en los campos”.

FIDA/Camila Caicedo

Una vez completadas las actividades iniciales de limpieza y preparación, se utilizó maquinaria pesada para construir diques elevados para mejorar la retención de agua y disuadir a las plagas. Hasta entonces, las ratas habían sido un obstáculo importante para la productividad, puesto que se comían una parte significativa de la cosecha cada año. “El 2018 fue el primer año en que los animales no invadieron los campos y se comieron todo nuestro arroz, por lo que tuvimos mucho más excedente”, recuerda Amara.

La comunidad también seleccionó a seis miembros para que asistieran a una formación de cinco días impartida por el Instituto Nacional de Investigación Agrícola. Cuatro mujeres y dos hombres recibieron formación relativa al método de trasplante de semillas en los viveros, las prácticas adecuadas para parcelar los campos y otros procesos encaminados a aumentar sus rendimientos. Terminada la formación, se les encomendó la tarea de enseñar al resto de la comunidad lo que habían aprendido.

Un cambio importante desde el inicio del proyecto ha sido la formalización de la división de los arrozales en parcelas de 25x25 metros. Antes, las asignaciones solían funcionar en el marco de un sistema de préstamos informales. En la actualidad se utiliza documentación, y cada persona que posee o es responsable de una bolanha se compromete a pagar 1 000 francos a un fondo comunal. El comité se ocupa de la administración de ese fondo, que se utiliza para atender emergencias o costos que repercuten sobre todas las personas que se ocupan en la agricultura, la mayoría de las cuales son mujeres. En el pasado, el fondo se ha utilizado para alquilar una máquina con el fin de ayudar a construir diques para facilitar la siembra.

©FIDA/Camila Caicedo

Un total de 23 hectáreas de tierras bajas han sido rehabilitadas para el cultivo mejorado del arroz con la ayuda del Proyecto de Apoyo al Desarrollo Económico de las Regiones del Sur. Asimismo, la mejora de la calidad del suelo y del sistema de gestión del agua han beneficiado a los miembros de la comunidad, que han comenzado a plantar otros cultivos como el camote (batata). Las actividades complementarias fuera del período de cultivo del arroz contribuyen a diversificar las dietas, aumentar los ingresos y crear resiliencia frente a las crisis económicas y las perturbaciones climáticas derivadas de la siembra de un solo cultivo.

Mientras tanto, el modelo de comité de gestión proporciona un enfoque sostenible y duradero para las actividades de desarrollo comunitario. Por lo que respecta al futuro, Amara asegura que el aumento de la horticultura y la ampliación de las clases de alfabetización para mujeres son dos iniciativas que el comité actual está estudiando para seguir consolidando los beneficios de las intervenciones del proyecto. “Todo lo que aprendemos perdura. Lo practicamos a diario para asegurarnos de que siempre nos acompañará”.