El metano es un gas incoloro y muy inflamable. Es el principal componente del gas natural, que se utiliza ampliamente para cocinar y generar energía.
También es un potente gas de efecto invernadero: es unas 80 veces más potente que el dióxido de carbono para atrapar el calor en la atmósfera durante un período de 20 años.
La mala noticia es que el sector agropecuario es responsable del 40 % de las emisiones de metano, y casi un tercio de ellas proceden de la ganadería. Las emisiones de los rumiantes se deben a su proceso de digestión y a su estiércol, aunque este gas también se libera por la descomposición de la materia vegetal. Por ejemplo, los arrozales inundados son responsables de casi un 10 % de las emisiones totales.
La buena noticia es que sabemos cómo reducir estas emisiones y, aunque se trata de un gas de efecto invernadero muy potente, también tiene una vida corta. El metano permanece en la atmósfera unos 12 años antes de degradarse, mientras que el dióxido de carbono, como el que se emite por la quema de combustibles fósiles, puede perdurar durante siglos.
Por eso, más de 150 países han firmado el Compromiso Mundial sobre el Metano y se han comprometido a reducir las emisiones mundiales de este gas en al menos un 30 % para 2030. Estos países reconocen que reducir las emisiones de metano no es solo una gran victoria, sino una victoria rápida.