A primera vista, podría parecer que no es necesario que el acceso a la energía ocupe un lugar destacado en el programa de desarrollo, dado que casi el 89 % de la población mundial tiene acceso a la electricidad. No obstante, si bien el acceso general parece ser elevado, los datos ocultan las disparidades entre las zonas urbanas y las rurales y el hecho de que el suministro a menudo es intermitente y costoso. Para 2030, es probable que 650 millones de personas sigan sin tener electricidad, 9 de cada 10 de ellas en África Subsahariana. Actualmente, las poblaciones rurales de los países en desarrollo son las más afectadas por la falta de acceso a la electricidad. Por ejemplo, casi 2 700 millones de personas carecen de acceso a fuentes de energía limpia para cocinar,y se ven obligadas a recurrir a la biomasa, el carbón o el kerosene. La contaminación del aire en el espacio doméstico, provocada en gran medida por el fuego que se prende dentro de las viviendas para cocinar, ocasiona 3,8 millones de muertes prematuras anualmente. La recolección de biomasa está estrechamente vinculada a la deforestación; entre 1990 y 2015, la superficie forestal de África Subsahariana se redujo un 12 %. Esta situación afecta a grandes extensiones de las regiones rurales de África, como lo prueba el caso de Malawi, donde apenas un 3,7 % de los pobladores de las zonas rurales tienen acceso a la electricidad.
Esta situación se trata de un llamado de atención no solo en lo relacionado con el desarrollo y el medio ambiente, sino también con la seguridad alimentaria. En muchas regiones del mundo, la falta de acceso a energía fiable es un obstáculo que impide lograr la seguridad alimentaria. Con más de 821 millones de personas en situación de inseguridad alimentaria grave a raíz de la intrincada combinación entre el cambio climático, el estancamiento económico y los conflictos armados, por citar apenas algunos factores, es claro que queda mucho trabajo por hacer para mitigar la situación. Una de las mejores vías para lograrlo es revitalizar las zonas rurales a fin de salvaguardar la capacidad de los pequeños productores de alimentar a las poblaciones en crecimiento. Invertir en los medios de vida y en las economías rurales para estimular la transformación rural y garantizar la seguridad alimentaria también es fundamental para avanzar hacia las metas generales de consolidación de la paz, construcción del Estado y estabilidad social.
Para revitalizar las economías rurales y transformar los sistemas alimentarios, es necesario diversificar los ingresos, lo que a su vez exige determinados insumos, conocimientos especializados, tecnologías e infraestructuras, de los cuales el acceso a la energía es un aspecto fundamental.
Si se aprovecha todo su potencial, el acceso a la energía, en particular a las tecnologías de energía renovable, puede impulsar la transformación rural y la transición hacia economías rurales florecientes que no dependan de las prácticas de subsistencia. El acceso a la energía fiable mejora los procesos de producción al posibilitar el uso de sistemas de bombeo de agua y de riego por goteo y de maquinaria pequeña que ahorra mano de obra; además, favorece la cría de aves de corral y la producción de forraje (a través de picadoras de forraje), y facilita los procesos de trituración, descascarillado, secado, envasado, trillado, ordeñado, iluminación (para extender el horario de las pequeñas empresas) y almacenamiento. Dotar de energía a las cadenas de valor rurales también reduce considerablemente la monotonía de las actividades agrícolas, lo que permite atraer a los jóvenes dinámicos que serán los agricultores del futuro.
En muchos casos, las tecnologías de energía renovable también son más viables desde el punto de vista financiero que los medios tradicionales de generación de energía, como la biomasa, el kerosene o el diésel. Pese a que suponen una mayor inversión inicial, los costos operacionales de estas tecnologías en general son mínimos, en particular frente a las tecnologías predominantes, como los generadores diésel. Además, su uso diario y las operaciones de mantenimiento no exigen mano de obra especialmente calificada. Quienes las usan también se ahorran el tiempo y el dinero que tendrían que invertir en comprar o recolectar combustible. En función de los requisitos anuales de riego, de la radiación solar y del precio del diésel, los sistemas de bombeo alimentados con energía solar podrían quedar amortizados en un período de dos a cuatro años.
Con respecto al medio ambiente en general, el uso extendido de sistemas de energía renovable podría reducir las emisiones de CO2, de metano y de partículas, y los sistemas de abastecimiento de agua quedarían menos expuestos a la contaminación derivada del petróleo. Desde la perspectiva global, la agricultura, la silvicultura y la pesca representan más del 2 % del consumo final de energía, y tan solo en las tierras cultivables las emisiones de CO2 provenientes de los combustibles fósiles utilizados en tractores, bombas de irrigación y maquinarias similares contribuyeron 0.4–0.6 Gt CO2 entre 0,4 y 0,6 gigatoneladas de equivalente de CO2 en 2010.
Las inversiones en proyectos de energía renovable están en auge. Durante los últimos ocho años, las inversiones en emprendimientos de energía renovable a nivel mundial han superado los USD 200 000 millones anuales – y desde 2004 se han invertido en todo el mundo USD 2,9 billones en fuentes de energía verde. Durante 2017, las economías en desarrollo representaron un 63 % de las inversiones mundiales en energías renovables, y el mercado de la energía sin conexión tuvo su mayor crecimiento en África. Por ejemplo, entre 2009 y 2014, el número de productos de energía solar en pequeña escala en África pasó de 40 000 a casi 7,5 millones.
Con todo, aumentar las inversiones financieras en las energías renovables de forma aislada no será suficiente. No existe una solución que pueda adaptarse a todos los casos. Por el contrario, deben combinarse varias iniciativas para crear un entorno propicio que permita poner en marcha e integrar en las economías rurales tecnologías eficientes y sistemas de energía renovable. Ante todo, es necesario impulsar políticas que aumenten la demanda de tales tecnologías.
Con frecuencia las tecnologías de energía renovable no compiten en pie de igualdad con las modalidades tradicionales de generación de energía. Tan solo 2018, se gastaron más de USD 400 000 millones a nivel mundial en subsidios para combustibles fósiles, de los cuales el petróleo fue el que recibió las mayores subvenciones. Estos subsidios, que protegen a los consumidores de la volatilidad del mercado, mantienen bajos los precios de los combustibles fósiles. Los subsidios a los combustibles como el kerosene perjudican la competitividad de las tecnologías renovables, como las lámparas solares, y les impiden establecerse en el mercado. De manera similar, las tarifas de importación y las elevadas tasas de IVA contribuyen a hacer aún menos atractivos los costos iniciales de las tecnologías eficientes. Para impulsar la difusión de las tecnologías de energía renovable, sería de enorme utilidad recalibrar el panorama fiscal.
El sector privado debe participar en este proceso. Además de su potencial como una importante fuente de inversiones, los actores y las entidades del sector privado a menudo están a la vanguardia en materia de innovación y generación de conocimientos. Es necesario aprovechar adecuadamente estos conocimientos tecnológicos para desarrollar las tecnologías de energía renovable e integrarlas en los niveles necesarios para impulsar la transformación rural.