En pocas palabras, el FIDA se centra en invertir en la población rural, para lo cual se encarga de financiar programas, evaluar los resultados obtenidos, fomentar las innovaciones y trabajar con las propias comunidades rurales.
Descubra cuáles son nuestras principales áreas de trabajo, que van desde el fomento de la resiliencia hasta el empoderamiento de la población rural y la protección del medio ambiente.
La diversidad de cultivos brinda una red de seguridad a los habitantes de las Islas Salomón
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Las Islas Salomón están constituidas por un archipiélago de unas 1 000 islas repartidas por una vasta extensión del océano Pacífico occidental. Al igual que otros pequeños Estados insulares en desarrollo (PEID), el archipiélago es especialmente vulnerable a las perturbaciones externas y las crisis ambientales debido a su pequeño tamaño, su lejana ubicación y sus recursos limitados. Estas características cobraron especial notoriedad durante la pandemia de COVID-19, cuando el 60 % de los hogares declararon que no tenían qué comer.
No siempre ha sido así. En el pasado, los sistemas alimentarios tradicionales de las islas se basaban en el comercio y el intercambio de alimentos variados que se cultivaban en huertos o se capturaban en el mar, fuente de abundantes recursos. Ha sido en las últimas décadas cuando se ha empezado a depender de alimentos importados, como el arroz refinado, más económicos y menos perecederos, pero que han resultado gravemente perjudiciales para la nutrición y la agrobiodiversidad locales.
Recuperar esa diversidad alimentaria tradicional es crucial para crear resiliencia y velar por que los habitantes de las Islas Salomón puedan acceder siempre a suficientes alimentos nutritivos, incluso en épocas de crisis.
Sembrar las semillas de la resiliencia
Elsie Rayan Gideon extrae pacientemente semillas de berenjena, a sabiendas de que esta tarea en apariencia cotidiana tiene implicaciones que van mucho más allá de la mesa a la que se sienta a comer con su familia.
Elsie es miembro de la Asociación de Agricultores de Ringgi, en la isla de Kolombangara, y recoge las semillas para llevarlas al centro comunitario de germoplasma. Se trata de un recurso fundamental donde se almacenan semillas y esquejes de diversas plantas adaptadas a las condiciones locales, incluidas especies autóctonas, que recibe apoyo del Mecanismo de Estímulo Agrícola y Rural para las Islas del Pacífico (PIRAS), financiado por el FIDA, en colaboración con la Asociación Kastom Gaden.
En el centro, las semillas de Elsie se conservarán, duplicarán y distribuirán a los agricultores de la comunidad, para que también puedan cultivar, comer y vender berenjenas de calidad. Los nueve centros de germoplasma creados a través del PIRAS están dirigidos por comités de agricultores experimentados, que aprovechan su conocimiento de las condiciones locales para elegir las variedades más resilientes, cultivarlas y distribuirlas.
Además de los centros, se organizan “ferias de la diversidad” a las que acuden miles de habitantes del medio rural. En ellas se reúnen los pequeños productores de zonas remotas, que intercambian conocimientos, visitan huertos modelo, compran productos frescos y aprenden sobre cultivos que hasta entonces no conocían.
“Conseguimos semillas de distintas hortalizas, como diferentes variedades y colores de berenjena”, explica Elsie. “Gracias al proyecto, también aprendimos nuevas recetas y distintas formas de preparar los alimentos”.
Aunque muchas familias de Kolombangara ya practican formas de agricultura de subsistencia, el PIRAS ha facilitado la incorporación de cultivos que generan ingresos. Por ejemplo, Simaema Parara, otra miembro de la organización de agricultores, ha comenzado a cultivar jengibre para comercializarlo.
Gracias a la formación que recibió pudo aumentar su producción, transformar los alimentos para evitar su despilfarro e introducir técnicas de compostaje y recubrimiento del suelo con materia orgánica que permiten que no dependa tanto de la compra de fertilizantes. También ha recibido otros insumos, como plántulas y semillas de hortalizas, aperos para facilitar su trabajo y lonas para dar sombra a las plantas jóvenes y protegerlas del sol tropical.
“Nos cambia la vida. Ahora comemos distintas variedades de verduras. Ganamos dinero vendiendo las que producimos”, dice Simaema.
Este salto de la agricultura de subsistencia a la producción con fines comerciales es crucial para fomentar la resiliencia de las poblaciones rurales ante las crisis. Los ingresos les permiten ahorrar para cuando vengan tiempos difíciles, invertir en sus explotaciones y hogares y comprar lo que no pueden cultivar. Ello redunda en una mayor seguridad alimentaria y autosuficiencia y ofrece una salvaguardia frente a los desastres.
Ante la mayor complejidad e interconexión de las perturbaciones y las crisis, muchas de las poblaciones rurales que viven en PEID están tomando las riendas de su propio desarrollo. Como sucede con los miembros de la Asociación de Agricultores de Ringgi, están aumentando su resiliencia, impulsando la seguridad alimentaria y forjando un futuro en el que nadie se quede atrás.