Conozcamos a los agricultores que protegen nuestros ecosistemas

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Conozcamos a los agricultores que protegen nuestros ecosistemas

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Desde la deforestación hasta la destrucción de los arrecifes de coral, numerosos ecosistemas de todo el mundo están siendo devastados. Como a menudo sucede, los peores efectos recaen sobre las poblaciones más vulnerables del mundo, entre quienes se cuentan las personas de las zonas rurales, que sufren las repercusiones sobre sus medios de vida, su seguridad alimentaria y su forma de vivir.

Aquí les presentamos a algunas de las personas que trabajan en primera línea para restaurar y conservar los ecosistemas mundiales y evitar la pérdida de la biodiversidad. Se trata de aquellos que, pese a las dificultades, no han dado por perdidos nuestros hábitats.

Mantener a raya el desierto 

Sidi Ould Ahmed Jeddou en su explotación agrícola, en la zona sudoccidental de Mauritania. © FIDA/Ibrahima Kebe Diallo

En la zona sudoccidental de Mauritania, Sidi Ould Ahmed Jeddou lucha contra el avance de la desertificación en su explotación agrícola. Al igual que millones de agricultores en la región del Sahel, en África, este productor ha visto el avance de la arena en las tierras cultivables.

Ahora, gracias al Mecanismo de Estímulo del FIDA para la Población Rural Pobre (RPSF) y al Proyecto de Gestión Sostenible de los Recursos Naturales, el Equipamiento Municipal y la Estructuración de los Productores Rurales (PROGRES), puede acceder a sistemas de riego y semillas idóneas para las condiciones semiáridas de la región. Hasta en los meses más calurosos, su cisterna de agua está llena y sus cultivos de sandías, zanahorias y cebollas crecen sin problemas.

“Antes solíamos producir solo 200 kilogramos de hortalizas por año”, relata Sidi Ould Ahmed. “Sin embargo, la producción del último invierno alcanzó para alimentar a nuestra familia, para donar hortalizas a nuestros vecinos pobres y para vender entre dos y tres toneladas de productos en el mercado”.

La explotación de Sidi Ould Ahmed es parte del mosaico de granjas y zonas silvestres protegidas que conforman la Gran Muralla Verde, un ambicioso programa para restaurar tierras degradadas, capturar carbono y potenciar los medios de vida en un esfuerzo por frenar el avance del desierto del Sahara.

Plantaciones de pistacho para mitigar la erosión

El horticultor Togirkhon Aymatov con un pistacho joven. © FIDA/Didor Sadulloev

Todo comenzó con una única hectárea en la ladera de un cerro cerca de la localidad de Istiqlol, en Tayikistán, parte de una extensión de tierra más grande que había quedado tan erosionada por el sobrepastoreo que desde 1998 estaba abandonada.

En 2018, expertos de la segunda fase del Proyecto de Desarrollo Ganadero y de Pastizales (LPDP-II), apoyado por el FIDA, establecieron una parcela de demostración en ella. Plantaron árboles usando la tecnología de Groasis Waterboxxes, que ofrece sistemas reutilizables de captación de la humedad que ayudan a las plántulas a formar buenas raíces en terrenos secos.

Gracias a su sólido sistema radicular, los pistachos se aferran al terreno de forma tal que la lluvia no logra arrastrarlos, lo que ayuda a conservar los ecosistemas áridos y evita la degradación. Además, gracias a la profundidad de sus raíces, que se hunden en el suelo hasta encontrar agua, también son tolerantes a la sequía y no dependen del riego.

“En una sola estación húmeda se pudieron ver los resultados”, dice Togirkhon Aymatov, horticultor local. “Mientras que en la hectárea cultivada con pistachos no había erosión, las fuertes lluvias de primavera la habían agravado en las zonas adyacentes. Eso fue suficiente para convencernos”.

Los habitantes de Istiqlol continuaron cultivando plántulas de pistacho. Actualmente, la plantación se extiende por 60 hectáreas, en las que también hay pistachos jóvenes que vienen creciendo muy bien, muchos de los cuales ya están dando fruto.

Una planta invasiva se transforma en un arma contra la degradación del suelo

Néstor Ruiz trabaja para restaurar el suelo a fin de cultivar plantas de alto valor. © FIDA/Juan Manuel Rada

El paisaje de la región ganadera de Pando, en la zona de la Amazonia de Bolivia, está repleto de lo que los lugareños llaman barbechos, o porciones del terreno que se han transformado en desierto por el sobrepastoreo.

Sin embargo, un pequeño productor, Néstor Luis, ha dado con una solución inesperada: el kudzú, una planta enredadera que captura nitrógeno y suministra tanto forraje como abono verde.

Pese a estas ventajas, el kudzú también es una especie invasiva, por lo que Néstor tiene que mantenerse alerta para que no se apodere de la tierra.  “Recupero solo una parte de la parcela con kudzú, y cuando el suelo está listo, paso la cultivadora por encima para retirarla por completo”, explica. Mediante el Programa de Inclusión Económica para Familias y Comunidades Rurales en el Territorio del Estado Plurinacional de Bolivia (ACCESOS), financiado por el FIDA, este agricultor ha comprado semillas de plantas de alto valor, como el caucho y la nuez del Brasil, y las cultiva en el suelo restaurado.

Néstor está dando vida nueva a los barbechos para las futuras generaciones. “Es una lotería; exige mucha fe y mucho trabajo, pero vale la pena”, dice mientras señala el suelo oscuro y rico que está por debajo del kudzú.

En el Senegal, la vida se renueva con la restauración de los manglares

Hace 10 años, las comunidades del delta del Saloum, en el Senegal, se enfrentaron a un enorme desafío. Las persistentes sequías habían devastado los exuberantes manglares costeros, y los productos del mar de los que dependía su subsistencia estaban en franco declive. Sin las barreras naturales de los bosques de manglares, sus aldeas también quedaron expuestas a la furia del mar.

Sin embargo, las iniciativas de restauración, respaldadas en parte por el Proyecto de Apoyo a la Resiliencia de las Cadenas de Valor Agrícolas (PARFA) que financia el FIDA, han dado una nueva vida a los manglares y revitalizado los medios de vida locales. Ahora los productores de ostras, como Marianne Ngong, las cultivan y luego proceden a su elaboración, de manera que pueden venderlas a mayores precios.

Bana Diouf, otra campesina, se dedica ahora a la apicultura y vende miel de los manglares a los locales y a los turistas. “Utilizamos parte de nuestros ahorros para reforestar el manglar y protegerlo, porque ahora tenemos que cuidarlo muchísimo”, señala.

Al igual que Bana, muchas otras personas del medio rural están tomando la iniciativa para restaurar y conservar nuestros ecosistemas.  En el FIDA, trabajamos para apoyarlas y promover un crecimiento agrícola que sea ambientalmente sostenible y se integre en los ecosistemas.