En Sierra Leona, la inclusión social no deja a nadie atrás

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En Sierra Leona, la inclusión social no deja a nadie atrás

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Abu Koroma solía ganarse la vida pidiendo dinero en las calles de su ciudad natal, Lunsar, en Sierra Leona. Al igual que muchas otras personas con discapacidad de este país de África Occidental, este hombre de 42 años tenía problemas para llegar a fin de mes, y el sustento de su familia de seis dependía en gran medida de las limosnas que recibía de extraños y de la ayuda ocasional del gobierno.

A comienzos de 2020, la situación empeoró cuando estalló la pandemia de COVID-19 y el mundo se paralizó.

A raíz de la propagación del virus, los más de 1 000 millones de habitantes de todo el mundo que viven con algún tipo de discapacidad se vieron afectados de forma desproporcionada por el confinamiento —entre ellos, Abu Koroma, quien, ante las limitaciones a la circulación, vio peligrar su medio de vida.

Sin embargo, tras varios meses difíciles, pudo atisbar por fin una pequeña esperanza. En abril de 2020, a través del Proyecto de Desarrollo de las Cadenas de Valor Agrícolas (AVDP), Abu Koroma oyó hablar del Mecanismo de Estímulo para la Población Rural Pobre (RPSF), la iniciativa de múltiples donantes del FIDA en respuesta a la COVID-19, dirigida a ayudar a las personas más marginadas, incluidas las personas con discapacidad, a potenciar sus actividades generadoras de ingresos y mejorar su nutrición.

Los miembros del proyecto animaron a Abu Koroma, junto con otros habitantes de Lunsar y la comunidad más amplia de Mabettor, a contemplar la posibilidad de ganarse la vida en el sector agrícola. Gracias a las huertas y los campos ubicados cerca de sus casas, el cultivo de la tierra se convirtió en una forma práctica de ganar dinero cuando se impusieron las medidas de confinamiento.

De la calle al campo

A través del RPSF, Abu Koroma y su equipo recibieron semillas de hortalizas, herramientas agrícolas e insumos. © FIDA/David Paqui

En un principio, Abu Koroma, de movilidad reducida, se mostró escéptico. “¿Cómo voy a dedicarme a la agricultura?”, recuerda pensar. Pero su discapacidad no fue un impedimento y, pronto, se vio trabajando en el campo. “Ahora estoy contentísimo de tener un medio de vida que me permite ganar mi propio dinero en lugar de tener que pedir limosna en la calle”.

Poco después, el grupo aumentó a 25 miembros, que eligieron a Abu Koroma como su líder. El RPSF les facilitó semillas de hortalizas, como pimientos, okra, berenjenas y tomates, herramientas agrícolas y otros insumos conexos, así como un fondo para pagar a los jornaleros que desempeñaban las tareas que los agricultores no podían realizar debido a su discapacidad.

Gracias a los ingresos obtenidos de su primera cosecha de hortalizas, pudieron diversificar su negocio y pasaron a cultivar otras 2,5 hectáreas de maníes —un cultivo comercial muy lucrativo. Abu Koroma y su equipo siguieron el legado del RPSF mediante el cultivo y la venta de hortalizas y la ampliación de su negocio. 

Según Abu Koroma, lo más reseñable es saber que su familia ya no está expuesta a pasar hambre: “Nunca más tendré que volver a la calle a pedir limosna, puedo pagar la matrícula escolar de mis hijos y alimentar a mi familia sin preocupaciones. El RPSF me abrió una gran puerta y cambió mi vida para siempre”.

“La discapacidad no es incapacidad”

Cuando el país se paralizó a causa de la COVID-19, Mariama perdió su principal fuente de ingresos. © FIDA/Fatmata Jalloh

Al igual que Abu Koroma, Mariama Bi Jalloh, de 29 años, también se vio muy afectada por la pandemia. Y, como muchas otras personas con discapacidad de Sierra Leona, encontró consuelo en el RPSF.

Antes de la pandemia, las principales actividades generadoras de ingresos de la organización sin fines de lucro de Mariama, Forward Women with Disability Organization (ForWDO), eran la costura, la fabricación de jabones, el manejo de una barbería y salón de belleza y la producción de textiles teñidos.

Cuando el país se paralizó, sus actividades se suspendieron por completo, y Mariama y las demás mujeres de la organización perdieron sus principales fuentes de ingresos. Es de sobra reconocido que las mujeres con discapacidad se ven desfavorecidas en numerosos ámbitos, al ser excluidas por razón de género y por su discapacidad. Por eso, el RPSF determinó que eran algunas de las personas más marginadas y perjudicadas por la crisis.

El proyecto brindó semillas, fertilizantes y otros insumos para el cultivo de hortalizas a las 22 mujeres del grupo, así como a 3 hombres que desempeñaban labores físicas. Las mujeres también recibieron financiación destinada a costear la mano de obra jornalera y alquilar la maquinaria necesaria para preparar sus parcelas para el cultivo. Más tarde, comenzaron a vender sus productos y a obtener ingresos para ellas y sus hogares.

“La ayuda del RPSF llegó en el momento oportuno. Plantamos las semillas que nos dieron y vendimos los productos cosechados. Con el dinero obtenido, invertimos en la producción de arroz, mientras esperábamos a la próxima estación seca para volver a cultivar hortalizas”, cuenta Mariama.

En su comunidad, las personas con discapacidad, y sobre todo las mujeres, se enfrentan a numerosos obstáculos. Sin embargo, Mariama está convencida de que seguirá afrontando los desafíos que se le presenten y creando oportunidades para las mujeres de su grupo.

“Estoy segura de que la agricultura nos reportará los ingresos necesarios para sacar de la pobreza a un montón de mujeres con discapacidad, que son las más vulnerables de nuestra comunidad”, cuenta Mariama. “Queremos demostrarle al mundo que la discapacidad no es incapacidad”.