Se cumplen 50 años desde la primera conferencia en Estocolmo, ¿qué han hecho las autoridades desde entonces para proteger nuestro planeta?

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Se cumplen 50 años desde la primera conferencia en Estocolmo, ¿qué han hecho las autoridades desde entonces para proteger nuestro planeta?

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Amanece en la Antártida, poniendo fin a meses de oscuridad total.

Hace 50 años, los países del mundo convinieron que era hora de cambiar.

En junio de 1972, los miembros de las Naciones Unidas se reunieron en Estocolmo (Suecia) con ocasión de la primera conferencia dedicada a la protección del medio ambiente. Dicha conferencia culminó con la declaración de que tenemos “Una sola Tierra”, y con el compromiso de que las naciones firmantes protegerían el medio ambiente para que las generaciones presentes y futuras pudieran prosperar y vivir en paz.

Ese día en Estocolmo se fraguó nuestra forma de entender la gestión del medio ambiente a escala mundial. También se sentaron las bases del desarrollo sostenible al afirmar que un planeta saludable era un requisito indispensable para que las personas de todo el mundo tuvieran la oportunidad de prosperar.

En los decenios transcurridos desde entonces, hemos desplegado grandes esfuerzos para salvaguardar nuestros ecosistemas y, sin embargo, han surgido múltiples desafíos como el aumento de la variabilidad climática y la frecuencia de los fenómenos meteorológicos extremos, la pérdida de la biodiversidad y el incremento de la inseguridad alimentaria. Urge recalibrar nuestra relación con el planeta y aumentar drásticamente las iniciativas centradas en el clima y el medio ambiente.

Por eso, en la conferencia Estocolmo+50, los dirigentes mundiales regresan al lugar de partida para decidir cuáles serán los próximos pasos. La conferencia se celebra justo antes del Día Mundial del Medio Ambiente, cuyo lema —#UnaSolaTierra— se ha elegido en homenaje a la declaración formulada hace 50 años.

En las décadas de 1980 y 1990, el FIDA se centró en la creación de capacidad de producción de alimentos. En esta foto de 1986, los trabajadores del Centro de Investigación de Chiang Mai, en Tailandia, plantan plántulas experimentales de soja como parte de un proyecto de investigación financiado por el FIDA. ©FIDA/Sean Sprague

El mundo se enfrenta a una inminente crisis climática

Durante la década de 1970, al tiempo que la sociedad era testigo de una serie de devastadoras hambrunas causadas por la desertificación en el Sahel, crecía la inquietud a nivel mundial por el cambio climático y la degradación ambiental.

En respuesta, las Naciones Unidas celebraron una de las primeras conferencias importantes en materia de seguridad alimentaria a nivel mundial. Esa conferencia condujo también a la creación del FIDA en 1977, como una institución dedicada a financiar el desarrollo agrícola, especialmente en lo que respecta a la producción de alimentos.

En 1989, en medio de la creciente alarma por el aumento del nivel del mar, una resolución de las Naciones Unidas dio paso a las primeras negociaciones enfocadas al cambio climático. Más tarde, en la Cumbre para la Tierra celebrada en Río de Janeiro en 1992, en los convenios sobre el cambio climático, la desertificación y la biodiversidad se reconocieron oficialmente tres de los principales desafíos afrontados por el medio ambiente.

En la década de 1990, a medida que la comunidad internacional iba recabando más información sobre las complejas interconexiones entre la producción alimentaria y el medio ambiente, el objetivo del FIDA se amplió para brindar apoyo a los habitantes del medio rural y los pueblos indígenas como usuarios y protectores de los ecosistemas. En 1994, el FIDA presentó una serie de procedimientos para integrar la sensibilidad ambiental en todos los ámbitos de su labor.

Agricultores (izquierda, derecha) supervisan un joven naranjo, con el apoyo de un trabajador de servicios de extensión (centro), como parte de un proyecto apoyado por el FIDA en Venezuela en 1992. ©FIDA/Horst Wagner

La comunidad internacional actúa, pero ¿es suficiente?

Para principios del siglo XXI, la relación entre el medio ambiente y el bienestar de las personas había cobrado una importancia fundamental. En 2000, la Asamblea General de las Naciones Unidas estableció ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). Los avances logrados en el marco de los ODM fueron considerables, aunque desiguales.

En 2015, los ODM fueron sustituidos por los Objetivos de Desarrollo Sostenible, de carácter más ambicioso. En ellos, el clima y la protección ambiental se integraron como un requisito indispensable para lograr un desarrollo sostenible.

Ese mismo año, en el Acuerdo de París se formuló el compromiso de limitar el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2 °C con respecto a los niveles preindustriales. Por primera vez, se reconoció que, si bien la agricultura contribuía al cambio climático, también constituía una parte fundamental de la solución. A día de hoy, más del 90 % de los compromisos de los países participantes para alcanzar los objetivos de París están relacionados con la agricultura. Por su parte, el FIDA puso en marcha en 2012 el Programa de Adaptación para la Agricultura en Pequeña Escala (ASAP) con objeto de canalizar la financiación para el clima y el medio ambiente en beneficio de los productores en pequeña escala.

Sin embargo, cuando en 2021 se celebró la COP 26, la situación mundial era otra. La conferencia, que tuvo que ser aplazada un año debido a la pandemia de COVID-19, se caracterizó por la certeza de que algunos efectos del cambio climático eran ya irreversibles. Sin embargo, la pandemia también brindó la oportunidad de crear sistemas alimentarios que ayudaran a las personas pobres del medio rural, protegieran la biodiversidad y se adaptaran al cambio climático.

En la actualidad, el 60 % de los proyectos del FIDA ayudan a los habitantes de las zonas rurales a producir alimentos y aumentar sus ingresos a través de métodos agroecológicos que protegen la naturaleza en lugar de explotarla. El programa ASAP+ tiene por objeto movilizar USD 500 millones a favor de los productores agrícolas en pequeña escala. El FIDA también es un organismo de ejecución del Fondo para el Medio Ambiente Mundial y del Fondo Verde para el Clima.

No obstante, tal y como demuestran los últimos estudios sobre el cambio climático, la comunidad internacional debe hacer más. Necesitamos suficientes alimentos nutritivos para alimentarnos a todos, y tenemos que producirlos de manera sostenible, invirtiendo en soluciones basadas en la naturaleza.

“El clima y la naturaleza están inexorablemente ligados”, dice Tom Anyonge, Director Interino de la División de Medio Ambiente, Clima, Género e Inclusión Social. “La salud de uno depende del otro, y lo que perjudica a uno perjudica al otro. La agricultura y los sistemas alimentarios son parte de esta relación, pues constituyen una de las formas más íntimas en que los seres humanos dependemos de la naturaleza y el medio ambiente”.

¿Y el agujero de la capa de ozono?

Aunque la magnitud de las medidas necesarias a nivel mundial para combatir la crisis climática parece abrumadora, ya lo hemos hecho antes.

En el Día Mundial del Medio Ambiente de 1977, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente advirtió del peligro que suponían algunos productos químicos para la capa de ozono que protege la Tierra. Diez años después, todos los Estados Miembros de las Naciones Unidas habían ratificado el Protocolo Montreal relativo a las Sustancias que Agotan la Capa de Ozono. A día de hoy, el 98 % de las sustancias nocivas para el ozono han sido retiradas y se prevé que la capa de ozono esté plenamente recuperada para 2050.  

Esto demuestra que es posible adoptar medidas transformadoras. A través de la colaboración y las inversiones a gran escala, podemos y debemos proteger nuestro planeta y nuestros sistemas alimentarios, y lograr así la prosperidad de todas las personas, presentes y futuras.

 

Obtenga más información sobre la labor del FIDA para proteger nuestro clima y medio ambiente.