Amanece un nuevo día con signos de esperanza

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Amanece un nuevo día con signos de esperanza

Tiempo estimado de lectura: 4 minutos
© IFAD/Jjumba Martin

A menudo puede tenerse la sensación de que el mundo vive en una crisis permanente. Con cada desastre, de la COVID-19 a los conflictos, quienes más afectadas se ven son las personas más pobres del medio rural de todo el mundo.

Debido al cierre de los mercados durante la pandemia, la población rural dejó de poder vender los alimentos que producía. La guerra en Ucrania provocó un aumento de los precios de los alimentos y los fertilizantes, con lo que muchas familias de las zonas rurales no podían permitirse tener una dieta nutritiva. Quienes más sufren las consecuencias de los desastres naturales y las catástrofes climáticas son las personas que viven en esas zonas. En el Sahel, la desertificación está dejando sin tierras a los productores, mientras que, en Asia Sudoriental, el aumento del nivel del mar anega los cultivos.

En sus viajes oficiales, los directores regionales del FIDA conocen de primera mano los desafíos que enfrenta la población rural y han señalado qué debe hacerse para que esas personas superen la pobreza, y lo primero es aumentar la inversión.

Reehana explicó que el cambio climático está diezmando las comunidades rurales más pobres de Asia y, sin embargo, la financiación destinada a la adaptación al clima sigue siendo insuficiente. En África, Sara y Bernard destacaron que urge integrar a la población joven, que crece a un ritmo vertiginoso, en economías rurales dinámicas. En África del Norte y Europa, Dina hizo referencia al vínculo entre el cambio climático y la inestabilidad política. En América Latina y el Caribe, Rossana advirtió del agravamiento de los ciclos naturales de El Niño como consecuencia del cambio climático, lo que incrementa aún más la inestabilidad social.

Pese a ello, también existen muchos otros motivos que hacen que confíe en que cabe esperar un futuro mejor y que es posible lograrlo.

Signos de esperanza

La juventud Indígena en Fiji está recuperando prácticas tradicionales. © IFAD/Laisiasa Dave/Pacific Farmer Organizations

 

Invertir en la resiliencia de las comunidades rurales y la adaptación al cambio climático no solo garantiza que estas salgan adelante en tiempos de crisis, sino que salgan más fuertes.

Conectar a los productores con los mercados y prestarles apoyo para que produzcan y vendan alimentos de calidad mejora sus ingresos y aumenta la disponibilidad y asequibilidad de alimentos nutritivos para todos.

Empoderar a las poblaciones rurales para que conserven y gestionen los recursos naturales de los que dependen, como el agua, el suelo y la biodiversidad, nos beneficia a todos.

En la gran metrópoli de Nairobi, por ejemplo, casi todo el agua corriente en los hogares procede de la cuenca alta del río Tana, gestionada por miles de pequeños productores que trabajan en el curso superior del río gracias al apoyo de la asociación entre el FIDA y el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM).

Las comunidades rurales de la República Democrática Popular Lao se han hecho cargo ellas mismas de la nutrición y han diversificado su dieta gracias a la ayuda recibida en el marco del Programa de Agricultura para la Nutrición.

En Fiji, el Mecanismo de Estímulo Agrícola y Rural para las Islas del Pacífico (PIRAS) ayuda a la gente joven Indígena a recuperar prácticas agrícolas tradicionales, como el solesolevaki, un sistema en el que los agricultores comparten tareas y equipo en beneficio de la comunidad.

Con todo, deben emprenderse más esfuerzos si queremos seguir empoderando a las comunidades rurales. En este sentido, el FIDA también trabaja para que los productores en pequeña escala participen en las negociaciones mundiales como la COP, donde este año estamos transmitiendo un mensaje alto y claro: no dejar a nadie atrás.

Beneficios resilientes

Estos signos de esperanza solo pueden hacerse realidad si se cuenta con los recursos adecuados. Desde su establecimiento, el FIDA ha aportado miles de millones de dólares de los Estados Unidos en forma de préstamos y donaciones a las poblaciones rurales, para que puedan tomar las riendas de su propio desarrollo.

Esta inversión ha generado beneficios de incalculable valor, que van desde la ayuda prestada para erradicar la devastadora cochinilla de la mandioca en África hasta el fomento de la participación de los Pueblos Indígenas en la adopción de decisiones en América Latina. Y lo que es más importante: esos beneficios perduran mucho después de que los proyectos concluyan.

Me siento orgulloso de los logros del FIDA hasta la fecha y de la eficiencia con que desempeñamos nuestra labor, al convertir cada dólar de las contribuciones al Fondo en 6 dólares de inversión en el terreno.

Razón por la que, pese a las dificultades económicas que enfrentan, muchos países de ingreso bajo ya han realizado sus promesas de contribución al ciclo de reposición más reciente. Han sido testigos de los resultados obtenidos por el FIDA en el terreno. Saben que su labor surte efecto.

Un nuevo día para la población rural

Domingas compró su primera vivienda con los ingresos que obtuvo en el sector de la piscicultura. © IFAD/António Penelas

 

En marzo de este año, conocí a Domingas Vieira Binzole, una joven angoleña miembro de un colectivo pesquero respaldado por el FIDA.

Gracias al proyecto, adquirió conocimientos sobre nutrición y agua salubre para sus dos hijas pequeñas y sobre cómo adaptarse al cambio climático. Compró una vivienda con el dinero que ganó con la piscicultura y la venta de pescado y ahora su familia tiene un techo seguro bajo el que cobijarse; además, también pudo acceder a financiación para llevar adelante su actividad.

Brindar conocimientos, recursos e infraestructura a las personas que viven en las zonas rurales permite que muchas de ellas, como Domingas, cambien su mundo. Y de este modo, nos demuestran que un nuevo día es posible para todos.